DE PELLIZCOS Y TRACEROS EN JAPÓN

[Carmen Amaralis Vega Olivencia]

DE PELLIZCOS Y TRACEROS EN JAPÓN

Una cosa es leerlo y otra muy diferente vivirlo. Pues les cuento que estando ya instalada en mi apartamento en las afueras de Kanasawa, región o barrio en la periferia de la gran ciudad de Tokio, tuve necesidad de ir a un mercado a comprarme víveres, pues no tenía nada para comer. Ufff, que angustia, ni siquiera todavía entendía cuanto costaban las cosas en dólares, pues todo giraba en miles de yenes, y para aquel tiempo un dólar eran 700 yenes.
Gracias a mi Dios había un supermercado a unas cuadras de mi edificio, y caminé absorta, pensado como haría todo el proceso de escoger y pagar. Todo era una situación nueva y escalofriante. El lugar era inmenso, tres niveles de frutas, viandas, enlatados, carnes; una verdadera pesadilla para localizar algo.
Mientras miraba con admiración, deslumbrada por la variedad inmensa de frutas desconocidas para mi limitado conocimiento americano, sentí una presencia muy próxima a mi espalda, e inmediatamente un pellizco en una de mis nalgas, ufff. Me viré en medio círculo y sin pensarlo dos veces le soplé un bofetón en pleno rostro al desgraciado japonés que me tocó mi sagrado cuerpo.
Creo que el atrevido japonés quedó aturdido del pescozón. Era tal mi indignación que comencé a insultarlo en español, y un grupo de personas se arremolinaron para tratar de salvarme. Para mi suerte o desgracias, desde las oficinas del gerente o miembros de seguridad, un japonés del tamaño y fuerza de un samurái, vino en mi defensa, y agarrando al atrevido por la correa de sus pantalones, lo elevó en el aire y lo arrastró hasta la entrada, lanzándolo con toda su fuerza fuera del comercio.
Pasado unos instantes tenía a mi derredor a varios caballeros administradores del lugar haciéndome vahos y pidiéndome en japonés que perdonara al atrevido, que eso no se permitía, etc, etc, todo esto me lo estaba imaginando, porque la verdad es que no entendía ni una sola palabra de lo que me decían, pero por sus rostros de súplica, lo adivinaba.
No sé cuantos minutos estuvieron pidiéndome disculpas, me pereció UNA eternidad, pero tuve que regresarme a mi apartamento sin víveres, un gran susto en mi corazón, y un buen pellizco en mis voluptuosas nalgas. Pobre hombre, creo que jamás había visto un trasero tan grande en su vida, ni yo experimentado un pellizco tan descomunal. Y lo triste era que tendría que irme a comer algo a una cafetería, (esto es otra historia), pues ya se hacía tarde y el hambre me hacía perder el sentido. Y colorín colorado, este relato de pellizcos y traseros grandes ha terminado.

Carmen Amaralis Vega Olivencia

[Carmen Amaralis Vega Olivencia]

Muy cierto querida amiga, Margarita, son detestables, te deseo bendiciones, Amaralis

[MARGARIDA MARIA MADRUGA]

Me estoy riendo de esta historia, pero no me gustaría pasar por eso. Odio estas audacias. Y, lamentablemente, todas las mujeres pasan por algún tipo de ellas.