La miel de mi desvelo (CXXXIX)

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Dulce es la aurora,
matriz de esperanza y júbilo,
que ilumina el mundo
con su incendio de vida,
dulces son las olas del mar
en un día apacible de otoño
tocando con sosiego la playa
como si quisieran acariciarla,
dulce es la brisa fresca
de un atardecer de verano,
que libera de fatigas al alma,
anhelante de la negra noche,
dulce es el abrirse de las flores
al llegar la primavera
y el ansia de libertad que abril
excita en el espíritu,
dulce es deslizarse con las alas
con que los pájaros vuelan
y arrancarle al aire
unas migajas de la eternidad,
dulce es la murmuradora lluvia,
que hiende veloz el aire
y cae insistente y monótona
sobre el propicio tejado,
dulces son las nubes blancas,
muy altas en el cielo,
avanzando sobre el viento
libres de todo yugo
pero nada es tan dulce
como tu roce, amor mío,
el contacto de tu luz de ángel,
que encierra todos los gozos del bien
y, con su claridad sublime,
redime y colma mi pecho,
desolado por el tráfago
con la estupidez de los hombres,
tan gélidos y decepcionantes.

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