La miel de mi desvelo (XXV)

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En absoluto silencio,
quedó mi padre sus últimos meses,
se marchó para siempre
sin siquiera un gemido
o unas lágrimas de emoción,
sin despedirse tiernamente
o maldecir la Tierra,
su boca no supo hablar
ni su garganta vibrar,
todos sus deseos y añoranzas,
en sus adentros, se quedaron para siempre
rumbo al ataúd
y a la eternidad callada
de su espíritu cauteloso,
en unos instantes, la suerte podría
hacer igual conmigo,
estoy sano y fuerte
pero yo no sé nada
de la hora que viene,
quiero hacer a mi corazón
hablar con su voz desnuda
ahora que aún soy capaz,
rescatar
en la brevedad de este minuto,
como si me apremiara una amenaza,
lo más irrenunciable de la vida
descubriéndote a ti y a todos
el más alto de mis anhelos,
el ansia
que triunfa y predomina sobre todas
en la hondura de mi pecho,
la meta que alumbra
mis días en el Universo,
el deseo que, con su mera llama,
da todo el sentido a mi destino
y eres tú, dulce amada,
tú eres la razón por la que he nacido,
la herida más honda
que la existencia me ha hecho,
tengo que decirte que te quiero
cuanto ha de quererse a una flor
con perfume en el alma
y que eres
lo más hermoso y admirable
que, en el mundo, he encontrado,
a ti te entrego cuanto soy
porque tu aliento sencillo
me ha arrancado la soledad
y ha vuelto eternos
mi júbilo y mi gozo,
solo con que de mi boca
salgan estas sílabas
y tú las escuches,
no habrá sido en balde
nacer teniendo que morir.

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